martes, 10 de febrero de 2009

¿Dónde estuviste este fin de semana?

Realmente no fue este fin de semana, si no hace dos fines de semana. Estuve en Núremberg y no pude dejar de visitar uno de los restos más emblemáticos del nazismo en Alemania.

Porque no sé vosotros qué haríais, pero yo este fin de semana del que os hablo, estuve parado y mirando a la distancia en el mismo lugar en el que se paraba y hablaba a las masas nuestro dictador, asesino de masas y causante principal de la segunda guerra mundial preferido.

Estoy seguro que cualquiera que viva o haya vivido en Alemania habrá estado en algún lugar en el que Hitler haya estado, aunque sea cerca. Pero no os podéis imaginar la sensación tan rara y bizarra que es estar exactamente en el sitio donde Adolf Hitler convencía a las masas de sus macabras ideas, donde era adorado por absolutamente todo el mundo que le estaba observando y desde donde recibía el apoyo del pueblo alemán (puesto que no tenían otra opción más que hacerlo...). Estar en el trono en el que se sentaba el dios que Hitler era por aquel entonces.


Estoy hablando exactamente del Zeppelinfeld, el sitio donde el partido nacionalsocialista celebraba su congreso anual. Allí se podían reunir hasta 240.000 personas para escuchar fervientemente todo lo que el dictador quería contarles.

Desde luego la experiencia de una persona que estuviera allí en cada uno de estos congresos tenía que ser única. Si un partido de fútbol o de baloncesto en un estadio de unas 50.000 personas puede llegar a cambiar el estado de ánimo de una persona y su forma de actuar, incluso aunque no le gusta el deporte; imaginaros hasta qué punto podía influir en las personas un acto de semejante tamaño. Y todo ello aderezado con la impresionante capacidad de propaganda de los dirigentes nazis.

Ahora imaginaros cuál podía ser la sensación de la persona que se quedaba parada delante de esas 240.000 personas justo después de que se hiciera el silencio. Y cúal podía ser esa misma sensación cuando finalizaba de hablar, y esas mismas personas aplaudían y vitoreaban hasta quedarse sin aliento.


Exactamente, en ese sitio donde Hitler sentía que nada en el mundo podía pararle, exactamente en ese sitio es donde he estado yo este fin de semana.

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